Colombia, en busca de la Nación soñada

15.07.2010 12:27

 

“La sociedad es culpable de no dar instrucciones gratis; ella es responsable de la oscuridad que con eso se produce. Si un alma sumida en tinieblas comete pecado, el culpable no es en realidad el que peca, sino el que no le disipa de las tinieblas.”

Víctor Hugo, Los miserables

 

En Los miserables, Víctor Hugo retrata la vida de varios personajes de la sociedad francesa del siglo XIX y a su vez, plasma un marco histórico en el que profundiza en temas políticos, sociales y filosóficos. Aunque el libro invita al lector a cuestionarse y a tomar partido de las situaciones que en él se presentan, el objetivo de este ensayo es tratar de acercarse un poco más a la crítica que éste hace al Estado en virtud de una sociedad desamparada.

Para hacer dicho acercamiento es indispensable retomar un término del que se hace alusión constantemente en el libro. “Miserable” se refiere a todo lo que de una u otra manera es marginado y malvado, es decir, hace alusión a la víctima pero también al verdugo, y en ambas circunstancias parece ser una denuncia a la imposibilidad de actuar de otra manera, por un lado en medio de una sociedad que lo ha perdido todo y que está obligada a vivir en la miseria absoluta, y por el otro, el miedo a perder los privilegios de pertenecer a esa clase del poder.

La cuestión constante en el desarrollo de los acontecimientos es la distancia que hay entre lo que significa ser hombre y ser ciudadano. ¿Puede perdonarse al hombre por sus actos? pero, ¿cuándo termina de pagar la pena el ciudadano por infringir la ley? En el infortunado caso del protagonista de la obra, el hecho de haber cometido un acto de desesperación que infringía la ley fue castigado a lo largo de su existencia, el valor de la condonación de la pena no fue suficiente y éste se vio obligado a cambiar su vida y su identidad, para tener la oportunidad de reinsertarse de nuevo a la sociedad. 

Para Víctor Hugo, Jean Valjean fue sólo un actor del papel que el Estado le estaba dando en aquel momento. Cuando éste escribió su guión para ser el antagonista de la historia, lo fue, y cuando le cambió el libreto para encarnar el protagonista de la misma, lo asumió.

A mi modo de ver; el tema es aún más delicado si tenemos en cuenta los puntos que en esto se discuten. La libertad, la moral, lo bueno y lo malo. Quién puede decretar qué es realmente malo, bueno, inmoral o justo si se tiene en cuenta lo siguiente: en términos legales, es claro que la ley sabe, por así decirlo,  quién es el buen y mal ciudadano. Pero si se profundiza en ello, pues el ciudadano no puede ser más que el ser humano sumido en uno de sus roles, qué hombre puede ser juzgado sólo como ciudadano si su papel es encarnado por su humanidad, y lo que es peor, quién lo puede juzgar como bueno o malo sin caer en la subjetividad de sus valores o creencias.

Todo libro tiene su contexto, si un hombre es juzgado, ¿sólo puede ser juzgado por el acto y no por el contexto en el que éste se dio? Y de ser así, quién garantiza que este juzgamiento sea idóneo, justo, o injusto. En  la Genealogía de la moral, Nietzsche  advierte la necesidad de hacer una crí­tica de los valores morales, asegurando que “hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores”.  Pero ponerlos en entredicho no es suficiente, en el ejercicio de la ley y  en el desarrollo de las prácticas sociales los valores siempre estarán acordes a unos y a otros no. Ahora bien, lo que para este ejercicio nos atañe es si es el Estado es responsable de el hacer de sus ciudadanos, si lo es, por qué es así, y si no lo es, por qué entonces se le culpa.

He intentado ponerme un ejemplo de dicha situación y creo que haciéndolo el lector tendrá la posibilidad de ver a cabalidad mi punto de vista ante este asunto. Si mi hijo, Nicolás, no hace las tareas, a los ojos de Víctor Hugo yo soy culpable de que él no las haga. Esto puede suceder por dos razones; la primera es que soy culpable porque no le proporciono los medios para hacer las tareas; un computador para investigar, un cuaderno y un lápiz. O soy culpable porque le proporciono los medios pero no le enseño la importancia de cumplir con sus tareas. Es decir, que mi deber como madre, es proporcionar las herramientas y, a su vez, enseñarle a mi hijo a utilizar dichas herramientas para cumplir con su deber académico. Si él no hace las tareas por una o ambas razones, mi hijo no es culpable, la culpable soy yo.

Entonces, será culpable el Estado colombiano, y ya trasladando el ejemplo y la discusión anterior a un plano más actual y cercano, de que sus ciudadanos se hayan alzado en armas en los campos, que se formen bandas delincuenciales en cada barrio, que los paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes financien campañas políticas, que no tengamos la madurez política para elegir nuestros gobernantes, que nos dé miedo un proceso de reelección.

Hacer una aseguración de tales casos no sería lo más apropiado, pues como ya lo sabemos, no existen verdades absolutas ni reglas sin excepciones. Sin embargo, es importante profundizar en el caso colombiano para llegar a propias conclusiones.

Los miserables de Víctor Hugo no dejaron de recordarme a la sociedad colombiana, siendo los primeros el fondo de un pozo profundo, nosotros, “los miserables colombianos”, padecemos -entre otras cosas, pues sólo me referiré al tema laboral con el ánimo de explicar la comparación anterior- cada año un alza minúscula en el valor salarial mínimo.

La historia del Salario Mínimo Legal  empieza gracias a la Ley 6 de 1945. En ella el gobierno colombiano tendría la autoridad de establecer el monto de los salarios mínimos para cada región o actividad económica. Cuatro años después ésta se hizo efectiva (1949) y se fijó por primera vez un salario mínimo de dos pesos diarios.

Durante 14 años, es decir, hasta 1963, el gobierno decretaba variedad de salarios mínimos dependiendo de la zona del país, el tamaño de la empresa, el sector económico y  la edad de los trabajadores. Luego, en 1964 se determinó el valor del Salario Mínimo Legal por actividad económica y sector, y fue hasta el año 1983, y con toda clase de imprevistos, luchas y abusos, que éste fue unificado para todos los trabajadores colombianos, adicionando el subsidio de transporte. Dicho arreglo se dio mediante el consenso de la Comisión Permanente de Concertación de Políticas Laborales y Salariales que fue conformada por igual número de representantes del gobierno, empresarios y trabajadores.

Ahora bien, a pesar de que la Ley 278 de 1996  asegura que la Comisión debe fijar el valor del salario mínimo teniendo en cuenta los índices de precios al consumidor (IPC), la meta de la inflación fijada por el Banco de la República para el año siguiente, el incremento del PIB, la contribución de los salarios al ingreso nacional y la productividad de la economía, varios sectores  aseguran que muy pocas veces se logra hacer un aumento significativo para los trabajadores colombianos pues sólo se tienen en cuenta algunos de los puntos anteriormente mencionados.

De acuerdo a un informe publicado por el periódico El Tiempo el 01 de agosto de 2009, hasta 1999 el ajuste del SML era mucho menor al incremento de la inflación del año previo (excepto para los años 1996 y 1998), presentando diferenciales máximos de 6,5 puntos porcentuales como sucedió en 1991. Sin embargo, desde hace 10 años aproximadamente, el incremento salarial ha sido mayor o igual al crecimiento de los precios al consumidor. Esto quiere decir, que sólo se toma en cuenta un ítem de los cinco establecidos por la ley.

Por otro lado, el valor de la canasta familiar hace que la situación sea insostenible para un gran sector de la población. En noviembre de 2009 el incremento de ésta fue del 2.03 por ciento, y el acumulado de los 11 meses anteriores fue de 29.11 por ciento. Este fue el resultado de los ajustes hechos en los precios de los combustibles, el transporte intermunicipal, las tarifas de servicios públicos y el precio de los alimentos.

Con todas estas condiciones son las familias de ingresos más bajos  las más afectadas. Alrededor de 3 millones de colombianos reciben 515.000 pesos de salario mínimo más 61.500 pesos de auxilio de transporte. Son 576.500 de los cuales se deducen el 4% para seguridad social, y 4% más para el pago de pensión. Lo que da como resultado un pago total de 473.800 pesos mensuales, con los cuales un familia colombiana, que en promedio son cuatro personas, debe pagar arriendo, comida, pensión, alimentación, uniformes y útiles escolares,  servicios públicos, vestuario, medicamentos, el transporte teniendo en cuenta el valor del auxilio para el pago del mismo.

Aunque estas circunstancias hacen que cada colombiano dedique la mayor parte de su tiempo a tratar de sobrevivir bajo tales oprobios, la pregunta sería, por qué los ciudadanos no siguen el modelo de la sociedad francesa, por qué una revolución nacional no es una opción en Colombia, qué diría Víctor Hugo de nuestra situación, si somos una sociedad acorralada por qué permitimos que esta situación continúe.

Pocas veces nuestra sociedad ha formado una unidad que busque un bien común. El colombiano lucha, individualmente. Durante nuestra historia hemos tenido grupos revolucionarios alzados en armas pero todos lo han hecho por diferentes motivos y sobre ideologías distintas. El emprendimiento en Colombia es un acto de regiones, son los paisas, los rolos o los costeños, pero nunca somos los colombianos.

No hemos logrado unificar el país alrededor de las fortalezas que tenemos. El deporte podría ser uno, y aquí hacemos referencia a la película “Invictus” dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman, en la que se toma el caso real de la Copa Mundial de Rugby de 1995, que fue utilizada por el presidente Nelson Mandela para iniciar el proceso de unificación de la nación sudafricana que pasaba por graves problemas sociales, económicos y étnicos debido a las secuelas del apartheid. El presidente Mandela consciente de esta división, vaticinó la posibilidad de mostrarle a sus ciudadanos que con una visión de país, con un objetivo común, con un lenguaje universal, que en este caso fue el deporte, se construye efectivamente.

Colombia aún no ha llegado a esto, todavía carecemos de unidad, de visión como país, y eso hace que luego de 200 años de independencia aún no contemos como Nación, que después de dos siglos continuemos con el proceso que realizaron Europa y Estados Unidos hace tantos años, seguimos realizando nuestra historia sin un plan de acción como unidad nacional.

Hemos sido influenciados por varios proyectos de naciones y nunca hemos estructurado el nuestro. Parece que nuestros países vecinos tienen más claro para dónde van, por dónde lo van a hacer y con quién lo van a hacer que nosotros. La pregunta entonces será, si por el hecho de estar en dichas condiciones no podremos encontrar una solución social y redentora. Por medio de la educación, quizás.  El conocimiento del problema significa ya un gran avance, pues comenzamos a esbozar esquemas con la tarea de construir una visión de país, como lo es el programa Visión Colombia 2019 que busca generar bases para el futuro de una nación por medio de la planeación del rumbo de la misma.

En este sentido la planeación se vuelve una herramienta importante para establecer nuevos mecanismo que fortalezcan las relaciones entre Estado y sociedad con al ánimo de buscar metas comunes que proporcionen el bienestar general pues la idea no es herir el orgullo nacionalista de nadie, sino fundarlo sobre verdaderas bases. Podemos despreciar nuestra historia, sin embargo debemos reconocerla y concedernos el análisis profundo de nuestras realidades.

 

 

 

—————

Volver